Catalina Estrada
CHARLA ICONOGRAFÍA SALVAJE
Cuando hablamos de la inspiración para este año en Arica Barroca, con el lema Thakinaka, los caminos que nos unen, pensamos en las comunidades que custodian los tesoros ancestrales en las alturas de los Andes de Arica y Parinacota y del Sur Andino Americano; comunidades que viven en conexión y armonía con la naturaleza que habitan abuelas y abuelos sabios que se han adaptado a los tiempos actuales.
Hablamos también de la creación de un pañuelo solidario, inspirado en los templos andinos y todos aquellos tesoros que son importantes para la cultura andina. Así, creamos la gráfica que se convirtió en un pañuelo para la recaudación de aportes que fueron en ayuda de la comunidad ganadera de General Lagos, custodios de los alimentos y textiles del Sur Andino. Yo quedé muy contenta porque estamos todos muy ligados; siento que la cordillera andina une a muchos países de Latinoamérica y nos hace países hermanos.
El lenguaje de mis diseños se desarrolla desde un lenguaje inspirado en la naturaleza, mi musa. Nací en una casa de mil colores, en las afueras de Medellín, que siempre me hizo sentir como si estuviera en la selva, en una jungla de plantas, de colores y de objetos. Desde muy pequeña, mi mamá me enseñó a no tener miedo a los colores, a usarlos sin vergüenza, sin piedad, sin misericordia y a buscarlos por todos lados donde yo fuera.
Ella me enseñó la importancia de tener mi propia noción de la belleza: no dudar ni un momento de lo que para mí era hermoso, sin importar lo que la gente dijera. Así fue como me di cuenta de la importancia de tener un lenguaje propio y una estética propia, fiel a uno mismo. También aprendí a no tenerle miedo a los excesos del Barroco y entendí que, tras intentar mucho tiempo ser minimalista sin lograrlo, para mí, estar en paz es entender que más es más.
El paisaje natural de Medellín en las décadas de 1970 y 1980, con el que yo crecí, también estaba dotado de árboles verdes, de todas las tonalidades, de montañas, de las flores más hermosas, de guayacanes amarillos y de las orquídeas florecidas todos los días del año. Sin embargo, este paisaje quedó aturdido por el silencio de las motos, de la violencia, de los asesinatos, de los disparos, las masacres, las bombas y los secuestros; aturdido por el miedo, porque aunque yo crecí amando mi casa, mi ciudad y mi país, llegó un momento en el que el miedo fue más grande que el amor y en ese momento decidí irme a Barcelona.
Cuando uno se va, se empieza a deshacer y a desarmar, y tiene que volverse a reconstruir y a empezar casi desde cero. Aunque yo mantuve siempre mi corazón en Colombia, siento que intenté completarme y volverme a armar a través de mi trabajo, y empecé a llenarlo de todo eso que tanto extrañaba, el color, la alegría, el folklore y sobre todo, de esa naturaleza de la que hablamos, esa selva mía que a veces era real y a veces, imaginaria. Y esa jungla y esa naturaleza se convirtieron en mi obsesión, mi musa, mi refugio y mi lugar sagrado. Luego esa búsqueda constante de la belleza, una belleza salvaje que lo invade todo de vida, de color, de animales y que me hace sentir en mi casa otra vez; allí en Barcelona aprendí que había otras formas de vivir. Gracias a Barcelona pude concentrarme en mi trabajo. Me hice un buen nombre en el mundo de la ilustración y tuve la suerte de trabajar con personas que nunca imaginé.
Hace algunos meses regresé a Colombia a pasar un tiempo con mi mamá, cuando cayó la pandemia y nos cancelaron el ticket de regreso. Así fue que, de repente, nos encontramos viviendo de nuevo acá en Colombia, que era algo que nunca pensé que haría. Entonces me sentí como volviendo a mi nido. Un nido con cosas muy hermosas, pero complejas, porque Colombia es un país de extremos; puede ser un paraíso, pero también puede ser un infierno al mismo tiempo, dependiendo de hacia dónde uno mire. Esto nos exige afinar la mirada y no dejarnos llevar por el miedo, porque el miedo paraliza.
Decidí buscar la manera de ayudar desde mi profesión en este momento tan complejo. Dio la casualidad de que cuando estaba aquí, una de las primeras personas que me contactó fue Carlos Castaño Uribe, junto a su hija María José, para que les ayudara con un proyecto del que no me podía creer que me estuvieran buscando. Era del Parque Nacional de la Serranía de Chiribiquete. Carlos fue el arqueólogo y antropólogo colombiano que descubrió este lugar tan sagrado, impactante e impresionante. Chiribiquete es un parque nacional que está ubicado entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, donde se han encontrado más de 75.000 pinturas rupestres; la prensa mundial lo llama la Capilla Sixtina de Colombia.
A lo largo de 30 años, Carlos guardó este secreto que tiene asombrado al mundo entero, uno de los hallazgos más importantes de la arqueología mundial, porque allí probablemente se hicieron las primeras obras pictóricas murales de América. En el lugar hay tribus que aún no han tenido contacto con la cultura occidental y se cree que aquí pudieron llegar los primeros pobladores del continente americano. Este tesoro, sin embargo, actualmente se encuentra amenazado por la deforestación. Es por ello que Carlos y María José me preguntaron cómo se podía visibilizar este lugar y recaudar fondos para financiar la educación de jóvenes y chicos guardianes.
Allí fue cuando hablamos de la creación de pañuelos solidarios. Me gustan mucho porque son piezas que se pueden llevar muy fácil y se asemejan a unas pequeñas semillas que se van sembrando a medida que se usan. Para ellos creamos una pieza especial, con un pequeño punto rojo que señala la ubicación de este lugar tan especial y muy significativo para la humanidad entera. Este fue un proyecto muy lindo que logramos desarrollar en pandemia.
La historia de los pañuelos solidarios se originan cuando empecé a trabajar como voluntaria para una biblioteca rural que dirigía Gloria Bermúdez, una mujer a la que quiero mucho y que ha sido como un ángel de la guarda para mí. Yo he trabajado como voluntaria con ellos porque en esta biblioteca, perdida en las montañas, educan a niños campesinos a través del arte y la cultura, y ya que mi esperanza está puesta en la educación, todo lo que apueste por ella me tiene de aliada.
También pienso que los campesinos son el tesoro más grande del país, pero también siento que son las comunidades más vulnerables, olvidadas y las más desprotegidas. Y si estas comunidades desaparecen, somos nosotros quienes perdemos, tanto en Colombia como en el resto del mundo. Pero cuando oigo a estos niños tocar las guitarras, y leo sus poemas, el mundo me parece más amplio, más hermoso.
Los poemas que ellos escriben son tan lindos, que cuando los conocí decidí ilustrarlos y convertirlos en pañuelos solidarios, con el nombre de cada autor, para que ellos pudieran recaudar fondos y financiar sus programas educativos. Fue un proyecto hermoso que me ha demostrado a lo largo de todos estos años que con pequeñas iniciativas es posible ayudar a mejorar la vida de otras personas.
En marzo del año pasado, cuando nos quedamos en Colombia, me volví a encontrar con Carolina Villegas, una amiga que además fue mi profesora de fotografía en la Universidad. Carolina llevaba muchos años trabajando para llevar material escolar a los niños del Amazonas. Cuando nos encontramos, le ofrecí donar 100 pañuelos para recaudar fondos, pues había comenzado a escasear el alimento en el Amazonas. El objetivo era llevar semillas y herramientas para las mamás de los chicos que participan del proyecto.
Pensé que venderíamos 30 pañuelos como máximo y que tendríamos que regalar el resto, porque ¿quién querría comprar pañuelos en medio de una pandemia? Pero a los tres días de publicarlos en redes sociales, se habían agotado y ya estábamos reimprimiendo, y cuando inicialmente pensábamos enviar kits agrícolas a unas 60 mujeres, logramos enviarles herramientas a 257 familias que ahora están recogiendo su segunda y tercera cosecha.
Entender que tanta gente se haya unido a este proyecto ha sido una lección muy valiosa y emocionante. El observar cómo la solidaridad de la gente para ayudar a personas tan pequeñitas a generar un proyecto de tanta confianza, tanto amor y con resultados prácticamente inmediatos, en cuestión de meses, es un orgullo muy grande. Es también el orgullo de ver la selva de la mano de las mujeres que la siembran, que además son madres de los niños que estamos ayudando a educar, lo convierte en un proyecto orgánico y sostenible.
Más tarde, me contactó la directora de la Fundación Herencia Ambiental Caribe, ubicado en los Montes de María, uno de los lugares más afectados por la violencia del conflicto armado colombiano y uno de los últimos bosques secos tropicales de Colombia. Es, además, la casa del jaguar y de muchas especies en vías de extinción. La idea es conservar trozos de bosques, lo que ellos llaman “el corredor del jaguar”, para que se puedan reproducir. Para ello creamos una pieza que también se agotó rápidamente y necesitó reimpresiones. Es un proyecto muy lindo de educación para esos campesinos que fueron desplazados de sus tierras.
A través de las iniciativas de pañuelos solidarios conocí a una mujer increíble llamada Ruth Chaparro, quien trabaja con todas las comunidades indígenas de Colombia y las conoce mejor que nadie. Sin embargo, hay una en particular muy hermosa, que es la comunidad de Wayuu, en el gran desierto de la Guajira, en el norte del país, donde no ha llovido en los últimos 6 años. Esta es la región de Colombia con el producto interno bruto más alto del país, pero, irónicamente, es donde la mayoría de niños del país mueren de hambre y de sed. Debido a la falta de agua estos niños beben barro, lo que genera enfermedades intestinales y desnutrición. Diseñamos, entonces, pañuelos solidarios para este proyecto y cada pañuelo se convierte en 5 mil litros de agua que la Fundación Funcae lleva para los Wayuu. Es agua para poder beber, sembrar y que la vida pueda continuar.
Este último es un proyecto con una magnitud impresionante. Para ellos también diseñamos piezas bellas. Las mujeres tienen una estética muy hermosa, fuerte, colorida y con mucho significado, representados en diversos elementos, como las mochilas tejidas que asemejan úteros. Junto a una periodista de Bogotá, enamorada del proyecto, logramos producir 100 suéteres inspirados en la belleza de las mujeres y los niños, quienes caminan hasta 2 horas diarias para ir a buscar el agua del día. Producimos estos suéteres localmente, con manos boyacenses, con mucho respeto y con mucho amor. Gracias a ellos, logramos cerca de 50 viajes, cargando 6 mil litros de agua en cada uno; además, arreglamos un pozo, compramos tanques de agua y todo con muy pocas personas. Ha sido muy fortalecedor darse cuenta que cada persona tiene una fuerza increíble. A través de estos proyectos he conocido a personas generosas y amorosas que van haciendo cosas por su cuenta, con quienes hemos ido construyendo según hemos podido, y juntos hemos creado un circuito energético que nos ayuda a creer que sí se pueden lograr cambios, incluso en estos países y en este contexto tan difícil.
Para mi, poder visibilizar el trabajo de personas tan valientes como Carolina, Ruth, Cristal, o como Arica Barroca, y generar una red de ayuda que se ha movido y se ha construido tan orgánicamente, en tan solo unos meses de pandemia, a través de redes sociales, me inunda de gratitud. Poder conectar desde el norte al sur de Colombia, incluso por llegar hasta Chile, pasando por comunidades indígenas, campesinas y culturales tan diferentes en tan poquito tiempo, contactando con tanta gente, es algo de lo que nunca pensé que iba a ser parte.
Estas experiencias que menciono me han conectado con las personas y sobre todo con la vida misma. Siento que de eso se trata nuestro trabajo, de crear cosas que puedan dar fuerza y luz a la vida de la gente y creo que esto se puede hacer a través de la poesía. Pero la poesía no solo son palabras escritas, sino también los colores y la música que conectan con los corazones y los huesos de las personas para poder juntos construir cosas maravillosas.
Catalina Estrada, Colombia: Ilustradora afincada en Barcelona desde 1999. Flora y fauna son su fuente principal de inspiración, desde donde construye su propio universo estético.
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